Para su primera colección como director artístico de Maison Margiela, Glenn Martens ha elegido comenzar por la alta costura. Un gran reto teniendo en cuenta que el anterior desfile, el de John Galliano, había causado sensación. Para destacar de su predecesor y salir de su sombra, el creador belga ha optado por invocar la figura del fundador de la marca, Martin Margiela, regresando a los orígenes. Entre siluetas enmascaradas, reinterpretaciones y prendas recicladas, Martens afirma su estilo personal con mucha fuerza.
Una vuelta a la esencia de Maison Margiela
Glenn Martens no ha empezado por lo más fácil. Para su debut en Maison Margiela, el diseñador ha querido entrar por la puerta grande: la de la Alta Costura. Una apuesta ambiciosa, casi original, dado que el anterior desfile de la marca, concebido por John Galliano para la temporada primavera-verano 2024, había causado sensación en el mundo de la moda. Coreografía milimetrada, casting meticuloso, interpretaciones teatrales… Galliano había dejado el listón muy alto.



En cambio Martens, en lugar de competir en ese terreno, ha optado por una estrategia completamente diferente: retirar la individualidad para dar mayor protagonismo a la prenda. Así, las modelos están completamente enmascaradas. Un gesto radical que evoca de inmediato al estilo característico de Margiela. En 1989, Martin Margiela ya había recurrido a las máscaras para recentrar la atención del público en la ropa. Esta elección, por lo tanto, no tiene nada de casual. Al borrar los rostros, Glenn Martens lanza una doble provocación: primero, contra la extrema personificación instaurada por Galliano, donde cada modelo se convertía en un personaje. Después, contra los castings actuales, dominados continuamente por los mismos rostros, que a veces eclipsan a las propias creaciones. Para Martens, la estrella es la prenda y punto. Con sus 49 siluetas fantasmales, compone un desfile extraño, casi irreal, donde cada look parece flotar en el espacio.
Otro detalle cargado de simbolismo: la elección del lugar. El desfile se ha celebrado en el 104, en el distrito XIX de París. Un sitio muy importante para la marca, ya que fue precisamente allí donde Martin Margiela presentó su último desfile para la maison que fundó en 1988. Ocupando este espacio, Martens reactiva una memoria, y evita con sutileza cualquier comparación directa con Galliano. No se trata de hacerlo mejor, ni siquiera de hacerlo diferente, sino de regresar a las raíces para abrir un nuevo capítulo.
Un primer desfile de alta costura anacrónico
Para imponer su visión al frente de Maison Margiela, Glenn Martens ha optado por dar marcha atrás en el tiempo. Ha explorado meticulosamente los archivos de la maison, extrayendo fragmentos de distintas épocas, para componer una colección densa, casi anacrónica, donde el pasado dialoga con el presente.
El espectáculo se perfila desde los primeros minutos del desfile: las tres siluetas de apertura están aún envueltas en plástico, como si esperaran ser desenvueltas. Bajo este material translúcido, reina la transparencia. Las prendas, aún adormecidas, se intuyen más que se muestran. Una metáfora clara del momento de transformación que vive la marca.


Poco a poco las formas emergen, los colores aparecen, como si cada paso rompiera un poco más la barrera del envoltorio. Las prendas parecen seguir ocultas, como si Glenn Martens eligiera revelar su universo sólo por fragmentos, con cautela, casi con pudor. Pero poco a poco el plástico va cediendo paso a los drapeados satinados… y el volumen devora los rostros.
En las siluetas 9, 10 y 11, el contraste es sorprendente: las costureras del taller han logrado crear una materia orgánica. Los cortes parecen hechos con bisturí, pero la prenda vive, respira. Este mismo contraste se repite en las siguientes siluetas, que evocan el reino animal: plumas de ave aparecen en una chaqueta perfecto de cuero, mientras que, en otro conjunto, forman una etérea falda gris perla. Un traje cubierto de piedras recuerda los reflejos iridiscentes de un pavo real con la cola abierta.


Por momentos, los modelos surgen como apariciones de color sepia, hechas de patchworks y de tejidos envejecidos. En cambio, de repente, un detalle rompe esa tonalidad nostálgica: unas uñas rosa fucsia emergen de un abrigo, a través de una abertura finamente recortada. Un guiño glamuroso e inesperado, casi insolente.
Al final del desfile, las siluetas 38, 39 y 40 marcan un punto de inflexión. La búsqueda de la fluidez alcanza su apogeo: cinturas ceñidas, caderas exageradas, tejidos líquidos. El cuerpo se intuye sin llegar nunca a mostrarse, bajo una tela que parece brotar de él.
Acto seguido regresan las plumas. Símbolo supremo de ligereza, cubren las últimas siluetas como una segunda piel. Hasta el diseño final: un vestido verde neón, flexible, orgánico, vegetal. La máscara de la modelo, decorada con cristales mezclados con tela, evoca una germinación, un nacimiento en proceso. Un brote listo para convertirse en árbol. Una representación física de todo lo que se puede desear a Glenn Martens en este nuevo capítulo: que esta primera muestra de talento se convierta en cimiento y que esta alta costura naciente cobre plena vida.
Artículo de Julie Boone.